Ana Maria Rognean, retrato fotográfico, la esquiva esencia.

Buscando el silencio y la calma introspectiva en medio de la energía de una sesión fotográfica.

Como he dicho en otras ocasiones, el retrato de una persona mediante la fotografía, es un ejercicio de diálogo sin palabras y, de la interpretación del conjunto emana la esencia de la protagonista de la fotografía.

Ana es modelo y necesitaba imágenes que hablasen de ella misma. Necesitaba imágenes bellas por si mismas, sin excesos ni efectismos inadecuados, creadas a una luz y tomadas en un estudio cómodo y sin complicaciones. Buscaba además de la belleza, ser capaz de hablar con su cuerpo y su mirada, y trasladar al espectador su propia personalidad, identidad, carácter, temperamento, genio, estilo, llámalo como quieras.

Le propuse una sesión sobria pero elegante, a realizar en un ciclorama, un espacio sin fondos ni límites, donde el color neutro y crudo de las paredes se determina en función de los ángulos de reflexión de la luz captada, dados por la situación de la cámara y el flash, logrando así una rica variedad de tonos a lo largo de la sesión. Le propuse conseguir fotografías llenas de sensualidad e imbuidas por el carácter del vestuario que ella quisiese llevar.

Cuando nos conocimos Ana y yo, el mismo día de la sesión, éramos dos completos desconocidos a punto de dialogar sin palabras, durante horas, sobre la trascendencia del verdadero yo.

Al poco de comenzar la sesión fotográfica, Ana me golpeó, en sentido metafórico, con su fuerte personalidad y su físico intenso, de músculos marcados pero finos, dos caras de la misma moneda, dándome así cuenta de que era una superviviente en busca de sí misma, en busca de la esquiva esencia que afloraba a su superficie, como los breves destellos de la verdad ignorada, oculta pero intuida, que se esconde detrás de todos nosotros.