Moncayo en febrero. El viento, la niebla y el paisaje.

Moncayo en febrero.

El viento, la niebla y el paisaje.

El día transcurre sin noción sobre mañana o tarde, vestido en niebla y nubes capaces de cortar el tiempo a capas mientras flotan a ras del terreno, pegadizas todas entre las agujas de los pinos y los poros de las rocas, atiborradas de líquenes austeros.

El viento húmedo arrecia, escupe frío a la cara y a los cuerpos tibios de los atrevidos que pretenden conquistas de domingo con las manos vacías. Vomita bocanadas rabiosas a los pocos que bajan también, rendidos sin premio, para que se larguen lo más rápido posible, ladera abajo buscando el sendero, tropezando con la pedriza incómoda al paso. En ese momento el tiempo parece detenerse, una extraña onda que arranca desde el fondo de la Hoya de San Miguel da el alto a al paisaje, al que ni pintado de verde, franquean el paso vigilantes invisibles.

La ausencia de luz directa sobre las manos heladas, incapaces ya de cualquier movimiento preciso en el dial de la cámara de fotos, invita a la resignación, a perder la batalla contra la cumbre del Moncayo que va quedando atrás, sumida en el silencio y en un recuerdo duradero.